jueves, 20 de noviembre de 2014

Texto 11: Rosa Montero: Honor

Honor

Una lectora, A., me cuenta que hace un año encontró vagando por un parque de una ciudad española a una muchacha, desorientada y casi calva, que le preguntó si sabía dónde había un albergue para pasar la noche. Era B., una marroquí de 18 años, que acababa de huir de su familia cuando iban a desposarla por la fuerza. Llevaba dos años encerrada en su casa y le habían arrancado el pelo a tirones, además de recibir otros maltratos desde niña. B. está amenazada de muerte por un crimen de honor. Según la ONG suiza SURGIR, en el mundo se cometen al menos 5.000 crímenes de honor al año, aunque la cifra real puede ser cuatro veces mayor (disfrazan las muertes de suicidios). Este horror va en aumento y cada vez hay más casos en Europa: las musulmanas europeas se niegan a aceptar los matrimonios forzosos y entonces las matan. El crimen de honor es una variante especialmente brutal de la violencia de género, porque participa toda la colectividad y es ejecutado por la familia: por los tíos, los padres, los hermanos. Las queman con ácido, las estrangulan. En Occidente no prestamos la menor atención a esta atrocidad: todo sucede en el hermético infierno doméstico. A. y su marido acogieron a B. durante meses hasta que las amenazas les hicieron buscar ayuda pública. Durante un año, A. luchó desesperadamente para que las instituciones españolas comprendieran la gravedad del caso, para que la atendieran como víctima de género o le concedieran una orden de protección. Nadie les entendía. Ahora, por fin, gracias a la tenaz heroicidad de A., la chica está acogida, el pelo le ha crecido y está bien. Todo esto sucede en España, ante nuestras narices, porque B. vive aquí desde los cinco años. Y no es la única víctima, aunque nos empeñemos en mirar hacia otro lado.
                                                          Rosa Montero, El País, 30 de septiembre de 2014



lunes, 21 de abril de 2014

Texto 10: Los girasoles ciegos: "Todos hablaban a menudo de sus padres [...].


     Todos hablaban a menudo de sus padres. Uno de ellos, Tino, con aspecto de cachorro grande y que tenía cada ojo de un color, estaba orgulloso de su padre porque era picador de toros además de oficinista. Disfrutábamos cuando el enorme coche de cuadrillas que funcionaba con gasógeno iba a recogerle y él aparecía, espigado y grave, en el portal con su espectacular traje de luces. Otro de los integrantes del grupo de la esquina, Pepe Amigo, se ufanaba de que su padre cazaba pájaros los domingos en Paracuellos del Jarama: con redes en primavera y con liga durante el invierno. Tenía su casa, diminuta y pobre, llena de jaulas con jilgueros que cubrían por las noches para que descansaran de su agitación durante el día. Al padre de Pepe Amigo le admirábamos porque tenía una motocicleta Gilera con el cambio de marchas en el depósito de gasolina, de que, fuera a la velocidad que fuera, tenía que soltar una mano del manillar para cambiar de marcha y eso nos parecía una proeza. Y ello a pesar de que era cojo y llevaba un alza enorme en el zapato derecho.
     También recuerdo a los dos hermanos Chaburre, que tenían doce vacas en el patio interior del edificio y abastecían de leche a la vecindad, que acudía a comprarles con las lecheras de aluminio. Su padre las ordenaba y, en las raras ocasiones en que nos dejaban pasar a verlas, todos pensábamos en el valor que implicaba ordeñar aquellas bestias tan enormes y tan hoscas. Podría enumerar las razones por las cuales todos admirábamos a los padres de los habitantes de la manzana.
     Esta fue la única compensación que tuve el día en que se hizo público que el mío no sólo no había muerto sino que estaba en casa cuidándome el interior de un armario.


Alberto Méndez, Los girasoles ciegos (2004)

Texto 9: Machado: "Caminante, son tus huellas [...]".

Extracto de Proverbios y cantares (XXIX)

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

                     Antonio Machado

jueves, 13 de febrero de 2014

La subjetividad en los textos


 LA SUBJETIVIDAD EN LOS TEXTOS
Modelos y tallas saludables
¿Cómo es posible que la inmensa mayoría de las chicas con delgadez severa estén satisfechas con su imagen? Este revelador dato, incluido en el estudio hecho por el Ministerio de Sanidad en busca de la unificación de las tallas de ropa de las mujeres, da una clara idea de la influencia que la estética de las modelos y de la publicidad tiene en la población femenina, especialmente en el sector más vulnerable: el de las más jóvenes. Porque la delgadez, severa o moderada, está concentrada, según el mismo estudio, en las chicas de menos de 19 años, otro dato preocupante. Muchas mujeres que siguen el dictado de la moda, aunque no sea al pie de la letra, no pueden evitar ver ahora algo gruesa, por ejemplo, a la modelo Cindy Crawford en sus famosos vídeos de gimnasia de hace 20 años, aunque entonces la vieran estupenda. El dictado de la moda cambia nuestros gustos estéticos, los de las mujeres y los de los hombres, de manera casi imperceptible pero real. La sociedad se ha acostumbrado a una estética femenina que ya no es sólo sacrificada para las mujeres y ensalza de forma desproporcionada los valores estéticos frente a otros, sino que es también insalubre.
Tras la necesaria iniciativa emprendida por Sanidad, hace falta abordar otras. La primera, la revisión de la publicidad. No se trata de promover medidas en exceso reglamentaristas, pero una vez que se ha comprobado que el dictado de la moda provoca situaciones que ponen en riesgo sanitario a muchas mujeres, sí se trata de poner freno a la dictadura sin control de los cánones dominantes.
En las tiendas de muchos grandes modistos, los dependientes hacen gala a menudo de no tener ni siquiera tallas normales (una 42, por ejemplo) y es frecuente que en la 40 no quepa una mujer que use esta talla normalmente. Pretenden seguramente que sólo luzcan su ropa las elegidas, por la talla. Una vez que éstas se unifiquen se podrá señalar con el dedo a quienes sólo busquen vestir a las delgadas, a los que hagan caso omiso de los costes que tiene esta estética para la sociedad, pero también a los que ajusten las tallas a las mujeres y a los hombres con hábitos saludables.
El País (10-02-08)

            La subjetividad propia de los textos argumentativos se manifiesta en numerosas ocasiones mediante elementos modalizadores que expresan el punto de vista del emisor, por ejemplo:
1-      Las modalidades oracionales. Además de la exclamativa, una de las más frecuentes en los textos de carácter subjetivo es la interrogación retórica: ¿Cómo es posible que la inmensa mayoría de las chicas con delgadez severa estén satisfechas con su imagen?[1] Con ella se implica al lector, que debe interpretar su contenido más allá de su sentido literal. Se llama su atención, a la vez que, en este caso, se presenta el tema. Permite, además, al emisor expresar su opinión y manifestar su posición de una forma muy expresiva.
2-      La presencia del emisor y del receptor (deixis personal). La actitud subjetiva del emisor se refleja, fundamentalmente, en el uso de la primera persona del singular en los verbos y en los determinantes y pronombres posesivos o personales. Si incluye en sus razonamientos al lector, el emisor usa la primera persona del plural: El dictado de la moda cambia nuestros gustos estéticos, los de las mujeres y los de los hombres. Se produce así un efecto generalizador que resulta argumentativamente eficaz. A veces el emisor se dirige de forma directa al receptor en segunda persona para hacerle partícipe de la tesis que defiende (ya sabes, como sabéis, como saben ustedes…). Las fórmulas de tratamiento revelan también la relación que el emisor y el receptor mantienen entre sí.
El hablante organiza el discurso desde su campo de referencias (yo/aquí/ahora), de ahí que la presencia de elementos deícticos guarde relación con la mayor o menor presencia del emisor y, por tanto, de subjetividad en el texto. La deixis temporal se expresa mediante adverbios o expresiones relacionadas con el tiempo (hoy, ayer, dentro de poco). La deixis espacial, mediante adverbios de lugar, demostrativos (aquí, allí, este, aquel). 
3-      El uso de un léxico valorativo, que refleja la opinión del autor. En el texto destacan especialmente adjetivos de connotación negativa (delgadez severa, sector más vulnerable, de una manera desproporcionada, cánones dominantes, sacrificada, insalubre…), sustantivos marcados negativamente (riesgo, dictado, dictadura) y adjetivos que resaltan la importancia de los datos: este revelador dato, otro dato preocupante.
Ejemplos de léxico valorativo son los diminutivos afectivos o los adjetivos y adverbios en grado superlativo (Vaya semanita, extremadamente delgadas).
4-      El empleo de recursos retóricos, en este caso metáforas, aporta expresividad a lo enunciado: poner freno al dictado/dictadura de la moda, señalar con el dedo... Son muy frecuentes en los textos periodísticos de opinión la comparación y la ironía (a veces resaltada con comillas o recursos tipográficos como la letra cursiva, muy efectiva porque implica al lector para descubrir el verdadero sentido de lo expresado).
5-      Uso de elementos que indican expresamente la opinión del emisor (tras la necesaria iniciativa, hace falta, no se trata, sí se trata, pretenden, seguramente): ciertos verbos de pensamiento, dicción o sentimiento (creo, opino, parece que, me sorprende…); expresiones que indican obligación (habría que, hace falta, es necesario…); adverbios o locuciones adverbiales que expresan la actitud del emisor ante el enunciado (por desgracia, posiblemente, sinceramente).
6-      El uso de recursos propios del registro coloquial es una forma de acercarse al lector y ganar expresividad.
7-      Uso de signos de puntuación para enfatizar o destacar alguna idea: puntos suspensivos para enfatizar, paréntesis que incluyen comentarios subjetivos, comillas para resaltar conceptos.
8-      El uso de la impersonalidad con la finalidad de convencer al lector de la verosimilitud de los enunciados: impersonales con “se” (se dice, se piensa); impersonales con “haber” y “hacer” (hay un problema, hace tiempo que); impersonales semánticas mediante el uso del “tú” o del indefinido “uno” para referirse a la primera persona de manera distanciada (cuando llevas mucho tiempo allí te aburres, porque lo que uno dice). El uso de fórmulas genéricas (como todos sabemos, no soy yo quien opina esto sino todo el mundo) produce una despersonalización del discurso que resulta muy eficaz argumentativamente.
           
           
Se observa también la subjetividad en el estilo personal con el que se expresan los pensamientos, a veces cercano a lo literario, en el empleo de citas (argumentos de autoridad), en las repeticiones, en las aclaraciones de contenidos de un término o de una expresión, en la organización de los argumentos siguiendo los procesos de pensamiento del autor (el orden de los elementos oracionales es subjetivo. Las informaciones que se destacan aparecen en primer lugar, intencionadamente o porque no existe posibilidad de reflexión en la elaboración de la oración), en las elipsis de elementos oracionales que se sobreentienden


[1] Algunos de los ejemplos no son de este texto.